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Mira al cielo, se besa el antebrazo izquierdo con la inscripción: "Aunque mis ojos no te puedan ver, te puedo sentir, sé que estás aquí", en referencia a su mamá; luego el derecho, con la leyenda: "Soy capaz de lo incapaz por ti", en alusión a su papá, y un instante después, el anillo de casado. Los dos tatuajes, en homenaje a sus padres, son apenas algunas de las incontables figuras que ornamentan su piel. Dice que ya perdió la cuenta de cuántas marcas tiene, mientras cavila en uno nuevo para dedicarle a Martina, quien en menos de cuatro meses lo convertirá en papá por primera vez. El ritual de Gustavo Bou ya no es nuevo para el mundo académico. Se replicó por una decena desde que arribó a Racing. Cada vez que convierte, como si se tratase de una ofrenda, el goleador del puntero repite la ceremonia. Sólo después respira profundo y vuelve a enfocarse en el partido. "Nos sobrepusimos a todo. Superamos los obstáculos que se fueron presentando. Tal vez no jugamos de la manera en que queríamos, pero pudimos ganar para llegar a la punta. Hoy mirar la tabla y estar arriba faltando tan poco es una felicidad enorme para todo el grupo", recapitula Bou, horas después del 1-0 clave ante River para, a falta de dos juegos, treparse a la punta del torneo.

Desde chico, la pelota acompaña los días de Bou. Para bien y para mal, las calles de tierra de Nebel, su barrio (él le dice pueblo) en Concordia, Entre Ríos, sirvieron para que hiciera los primeros firuletes y ensayara incipientes gritos que años después se convertirían en el festejo menos esperado, pero, a la vez, más deseado de los hinchas de la Academia, entidad a la que arribó en medio de las críticas por el vínculo entre su representante, Cristian Bragarnik, y el DT Diego Cocca. "No me importó lo que se dijo. Es obvio que dolió y molestó, sobre todo por mi familia, que acá y a la distancia no entendía el motivo de semejante saña", cuenta el goleador, de 24 años, con 10 tantos.

Y añade: "En vez de criticarme por lo futbolístico me criticaban por mi representante. Todas cosas extrafutbolísticas. Cosas que le dolían a mi familia porque yo me mantuve al margen, no le di importancia y seguí adelante. Quería que mi familia estuviera tranquila porque esto, en definitiva, es fútbol. Ahora es otro el panorama y estamos frente a una oportunidad histórica ante un rival que viene desgastado por estar en dos frentes. Pero debemos enfocarnos en nuestras condiciones, más que en las del rival".

-¿Pensaban que estaban para dar pelea hasta el final?

-Sabíamos que teníamos que cambiar porque hubo partidos que veníamos ganando y perdimos. En algunos, por fallos, como se dio con Lanús. Pero con Independiente perdimos merecidamente y con Argentinos, por la Copa [Argentina]hicimos una reunión en la que nos propusimos cambiar la actitud. Algo que se empezó a ver ante Newell's.

El desembarco de Bou en las inferiores de River se gestó hace 10 años, cuando en un partido en su ciudad lo descubrieron y lo tentaron para vivir en la pensión millonaria. "Llegar a River era algo muy lejano, pero sabía que era lo mío. Ése era el camino que quería. Me ayudaron mucho las palabras de mi madre antes de irse", cuenta. Y allí, cuando se refiere a su mamá, se le hace un nudo, que no será el primero.

Fue ella quien, antes de despedirse, le pidió que siguiera adelante y dejara todo por el sueño de casi todo pibe: patear una pelota profesionalmente. Un cáncer avanzado, promediando 2005, dejó solo a Bou. Con sus ocho hermanos y su padre, Jorge, sin el empuje de "la vieja", tal como le dice. "Fue algo muy duro. Ella me dijo que, donde estuviera, me iba a acompañar. No podía fallarle. Tenía que devolverles a ella y a mi viejo, que fue el que más lo sintió, la fe que tenían en mí. Si él seguía adelante solo con nueve hijos (seis varones y tres mujeres), yo no podía bajar los brazos. Tardé en reponerme de ese bajón. Aún hoy me cuesta. Sufro mucho y lloro todos los días por la vieja", revela, con los ojos cargados de emoción.

Las críticas durante los primeros tiempos cambiaron por elogios permanentes, algunos empalagosos, de hinchas que sueñan con repetir la epopeya de 2001, con aquel mítico "paso a paso" de Mostaza Merlo. Las muestras de afecto -dice- lo sorprenden, pero no lo contaminan. "Aún me da cosa cuando un hincha me pide una foto o un autógrafo. Es parte del trabajo y debo responder. Pero es algo con lo que uno soñó, claro. Hace unos días me llegó una nota de voz de WhatsApp de un número desconocido. Era un chico de 21 años que me dijo que estaba orgulloso de mí y que se iba a tatuar mi imagen en el pecho. En chiste le respondí que no se arruinara el pecho. No sé, pero consiguen mi teléfono... Son cosas lindas que no me molestan, pero me dan un poco de vergüenza, como cuando el otro fin de semana, en Concordia, mi hermano José me pidió a los gritos que me bajara del auto para abrazarme", apunta.

Para Bou el fútbol -afirma- no es más que un juego. Por su familia y amigos de Nebel, se exige no perder el foco de la vida más allá de la pelota. El crecimiento humano, más allá de que la pelota entre... o no. Tiene en claro por dónde pasa la vida. En el pago chico. "Estar allá me permite ver la realidad de mi entorno y la mía. El jugador vive o parece que vive en otro mundo y no quiero eso. Si voy y están trabajando los acompaño y entro arena con ellos. Soy uno más, no se me cae la mano porque juego al fútbol. Mis hermanos trabajan más de ocho horas por día como obreros de la construcción. No puedo ser injusto y olvidar mi origen", afirma. "Trabajé un poco con ellos hasta que me vine a River. En realidad era muy chico. Iba y jugaba o dormía en un pedazo de cartón mientras mi viejo y mis hermanos más grandes llevaban bolsas de arena y cal y levantaban paredes", precisa hoy, convertido en goleador, a metros de una consagración soñada.

10

goles en el torneo

Tiene la misma cantidad que Teo Gutiérrez (River), a uno de Silvio Romero (Lanús).

15

goles antes de Racing

Su efectividad, antes de Avellaneda: River, 2; Olimpo, 8; Liga Deportiva Universitaria, 4, y Gimnasia, 1.
Fuente: La Nación

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